sábado, 9 de enero de 2010

CIFRA



Caminando entre números, intenta hallar la combinación.

La madrugada es testigo de su viaje. A esa hora, cabalga encima de cifras enormes que cambian al compás de zambas y silbidos. Se sumerge entre bosques morados, sílabas alargadas, lanzas de río. Respira, deja de hacerlo; ansía grabar los olores, el camino. Lo sabe, mañana escuchará. Lo sabe, mañana es una tina. Lo sabe. Mañana.

Caminando entre números, intenta hallar la combinación. Aquella con la que espera, la que olvida al despertar.

Beira

martes, 3 de noviembre de 2009

CADAVER II


Grupo: el de siempre


Ella, deja atrás el abrazo de aquella provincia. Cada aliento, cada mirada, cada caricia lo guarda en la valija. Había llegado el momento de partir; el momento de encontrarse.


Luego de muchas horas, se encuentra allí, de nuevo; completamente desubicada, intentando construir una nueva cotidianeidad que la aleje de aquel verde citadino. Observa la sábila miniatura que está encima de la mesa. Le cuenta que ha visto sábilas enormes, que crecen sin ningún esfuerzo y en cualquier lugar, hasta en los sitios más hostiles. La planta voltea, asienta y dice que por mucho que la mire no va a crecer más, no, allí no.


Luego de preparar el mate, la mujer se levanta y le da la espalda. Camina rápidamente huyendo de ella. No llega a andar ni cinco pasos cuando lo piensa mejor y se devuelve. La agarra con la punta de los dedos, la lleva a la altura de sus labios y dice: “tú lo que eres es un pedazo de frailejón". La coloca en la mesa, pero no puede resistirse a su perfume y, aunque intenta alejarse, sucumbe a su encanto. Vuelve a tomarla. La muerde suavemente. Finalmente la deja en el mueble y se aleja saboreándose los labios.


La mujer mantenía el triste gusto por la sangre; y aunque ninguna le producía tanto placer y vigor como la humana, se había privado de ella por no soportar la culpa que le acompañaba luego de robar el aliento de su manjar.


Se vuelve a contemplarla, lleva sus dedos a los labios aún impregnados del vital néctar y contemplándolos se consuela pensando que había sido sólo "un sorbo" y que ella prácticamente se había entregado. De pronto, recuerda a todos los que decidieron igual. Tan sólo una herida, tan sólo consecuencias, tan sólo líquidos bajando por aquel verde hasta la ciudad.


Ahora todo fluye con la misma rapidez de los tragos de esa noche, como un regalo: una prorroga efímera de su juventud prescrita, durante la cual se embriaga del cuerpo mancebo que ahora yace a su lado, insoslayable, como un recuerdo perenne de los azotes del tiempo, que algunas noches le castigan, y otras, como esa noche, le premian.



Participantes (por orden de aparición):

Beira Díaz., María José, Patricia Carvallo, Lupe Núñez, Adriana Medina, Marisabel González, Tomás García

Edición


martes, 13 de octubre de 2009

La caja


“Una caja abierta es una posibilidad.
Una caja cerrada, una expectativa.”


Una caja puede contener desde un arma letal hasta el regalo más sutil; puede cambiarte el día o la vida; puede salvarte o llevarte al borde del abismo. En ella puedes acopiar momentos (buenos y malos), miradas, voces, recuerdos, y todo a cuanto necesitarás acudir si pierdes el equilibrio.
Te regalo una caja porque no te puedo regalar el mundo; porque es imposible que esté a tu lado en cada momento de duda o de angustia; porque me llevó años descubrir que cuando estoy triste lo único que me anima es abrir mi caja y mirar tu foto, mis entradas a conciertos y la caligrafía de mamá en esa vieja tarjeta. Te regalo una caja porque es como regalarte una formula (la que me funciona a mí) para que en tu vida la tristeza sea siempre pasajera. Esa caja está llena sólo para que la vacíes y las vuelvas a llenar a tu manera.

Extracto de: Tarjeta de cumpleaños

Tomás García Calderón

viernes, 9 de octubre de 2009

Frau-Hertas venezolanas reciben Nobel de Literatura


Caracas.- Con mucha sorpresa y alegría, el mundo ha recibido la noticia de las cuatro Frau-Hertas venezolanas que en la madrugada de ayer fueron reconocidas con el máximo galardón de la literatura mundial.

Ellas son Frau Mary, Frau Dianísima, Frau Adri y Frau Beirita, todas egresadas de la Escuela de Filología de la Jodedera de la UNIMET y ampliamente conocidas en el mundo literario venezolano por sus grandiosas contribuciones a la tesis "cómo sobrevivir echando vaina en pleno comunismo mesmo".

En la foto, al momento de recibir el merecido premio.

PD: Lo sentimos mucho Pedrito, Robert, Tommy, Chepo y Gustavo.


Marisabel González

viernes, 2 de octubre de 2009

I Cadáver Exquisito


No entendí lo que dijo Adalberto antes de salir (en realidad no le estaba prestando atención). Sólo sé que dejó su sabor amargo en mí y ese olor a perfume barato y sudor en toda la habitación. Sonreí en el espejo, antes de lavarme la cara, y luego cambié las sábanas mientras repasaba lo que ocurriría cuando llegara Román. No tenía sentido hacerlo: Román era tan impredecible como un adolescente. Decidí olvidarme de él y preparar café.

El aroma y el sabor del café fueron calmando el desagrado y la miseria de culpa que la compañía de Adalberto me había puesto. Calmada, paladeaba el brebaje, disfrutándolo cual si recibiera el beso de amor que toda mujer espera.

Un portazo me sacó del limbo en el que me hallaba. Sin embargo, no me moví. Esperé con los codos sobre la mesa, la taza humeante al borde de los labios, sin tocarla, a que Román apareciera. Asomó la cabeza por la puerta. No parecía sorprendido de verme despierta. Tampoco pronunció palabra. Su mirada de indiferencia me hizo pensar que cualquier explicación era innecesaria. Pero me equivoqué, aunque eso lo sabría demasiado tarde.

Todavía hay cosas que se esperan del otro: una señal, un consuelo, tres excusas balbuceadas con la mirada fija en el linóleo de la cocina, una confesión, que en mi caso siempre anhelo que sea de amor. Fundamentalmente, de amor.

Román pasó de largo, sin decir nada. Como diría mi madre, no importa cuánto anheles, lo más probable es que la realidad te abra los ojos de la manera más cruel de todas. Me sentí como si estuviera parada al borde del abismo. Viendo la taza de café, sin probar, entendí. Para él siempre fuí sólo un intenso deseo, sólo eso. Tan efímero como el humo. Tan moribundo. Y no pude ver que con esa pregunta lo estaba arriesgando todo. ¿Qué me pasó, por qué lo hice? Si para mí la pasión tampoco necesita trascendencia, sino champán y sábanas de seda.

De pronto, me vi rodeada por los brazos de Román. Su lengua se incrustaba en mis oídos, mientras me pedía volver a cambiar las sábanas. Intenté hablarle; su fuerza impuso mi silencio.

Sólo quedó el sudor, el café, el olor enajenado.

No entendí las palabras de Román antes de irse. No tenía sentido hacerlo: era tan impredecible como un adolescente.

Septiembre, 2009

Participantes (por orden de aparición):

Tomás García, Diana Rodríguez, Adriana Medina, Patricia Carvallo, Gioconda Escobar, Lupe Núñez, Marisabel González, Beira Díaz.





sábado, 4 de julio de 2009

CAFÉ



Un minuto más y me iré.

Sólo quiero un café negro, marrón, verde, azul; ya ni sé. Sobre mi mesa, el libro que encontré abandonado en aquella plaza con las hojas resfriadas. La espera lo inquieta. Anhela sentir el café, embriagarse de su olor.

El mesero camina de un lado a otro. Por poco tropieza mi silla. Sé que en cualquier momento lo hará. La tropezará y luego ofrecerá una disculpa con simpleza. Lo observo atentamente, pero el estornudo del libro me distrae. Me vuelvo hacia éste y acaricio sus páginas. En voz baja me pide escuchar su historia. Me niego.

Mis ojos írritos, buscan al mesero. A lo lejos, lo encuentran. Escucho murmullos; de nuevo el libro con su historia. Empieza a escupir relatos mientras maldice a la plaza.

No quiero seguir escuchando, sólo cuando llegue el café. Arrojo gotas de agua entre sus capítulos y logro que se calle. De pronto recuerdo el color; no es negro, ni marrón, ni verde, ni azul.

Ahora sí lo pediré, pero el mesero está lejos, lejos de mi silla.

Un minuto más y me iré.

Beira Díaz

martes, 23 de junio de 2009

PEQUEÑOS PAQUIDERMOS DEL ESTE


Toda la calle estaba mojada cuando llegamos a ese punto de la conversación. Yo me perdí un instante viendo el agua que corría por la cuneta y se me ocurrió que por allí podría navegar Noé con sus animales fornicantes o bajar el barro (otra vez todo ese barro), la mierda y las piedras de Vargas; de lo que era Vargas. Y no sé por qué, pero a mi me pasa que cuando trato de no pensar en algo termino pensándolo más, como en esa niña de Cotiza que por más que aprieto los ojos no se me sale de la cabeza; o en la lluvia, que de sólo escucharla me recuerda aquél olor a humedad que se quedó por semanas en mi casa, como un epitafio maldito, como si no hubiera sido suficiente con ver y oír a la muerte surgiendo de la tierra y fuera necesario olerla para poder seguir. Me puse triste y preferí callar. No tenía ganas de hablar y además sabía que los silencios al teléfono le molestaban. Pasó un rato (para mi, insignificante; para ella, eterno) y de sólo saberla molesta se me espantó un poco la tristeza y comencé a pensar en cosas buenas, como esta mañana, cuando desperté y pude recordar lo que soñé. Claro que el sueño no fue algo que la gente consideraría, precisamente, bueno; lo bueno, como ya dije, sólo fue poder recordarlo, recrearlo como si bastara apretar un botón para que volvieran a aparecer las escenas nítidas cargadas de realidad alterada, de ese tanto de surrealismo que tienen los sueños con elefantes. Sí, anoche soñé con elefantes; pequeños paquidermos del este que hablaban su propio idioma y se reían de mí (de mi estupidez humana) sin saber que podía entenderlos, porque yo no era sólo yo, o quizás sí era yo, pero distinto, como herido por el peso de algo que nunca debí saber, que no pedí, que escuché en octubre (o en noviembre) en una conversación y que no sabía para que me serviría hasta que soñé con elefantes. Uno de ellos me atacó y para salvar la vida (que no se quiere perder ni en sueños) tuve que esquivar, varias veces, sus colmillos de marfil, que no eran tales; que sólo eran una mentira impune que albergaba la felicidad de lo encubierto. En ese momento desperté sobresaltado y sonreí: para mí si era un buen sueño. Ella no lo hubiera comprendido. Ella seguía al teléfono, exigiendo una explicación, preguntando por qué no le escribía; por qué no la llamaba más a menudo y qué si ya no me importaba; y la verdad es que las preguntas estaban muy bien hechas, pero no tenía respuestas. Claro que hubiera podido inventar alguna o robarme un recuerdo viejo, maquillarlo y escupirlo como una mentira nueva, pero eso seguiría sin ser una respuesta. Así que colgué el teléfono y volví a pensar en aquella niña de Cotiza que soñaba con conocer a los elefantes, a los pequeños paquidermos del este que ahora me llaman mientras llueve, que me hostigan con sus mentiras y me miran con sus ojos profundos, y yo apenas alcanzo a sonreírles, a saludarlos con la mano esperando que no descubran cuanto les temo.


Tomás García Calderón

miércoles, 27 de mayo de 2009

PENSÁNDOLO BIEN

Hola amiga, ¿cómo andas? Disculpa el abandono, pero ya sabes como ando siempre entre el trabajo y la casa. Ya no tengo tiempo ni de leer, así que imagínate. Chica, lo que necesito es ganarme el Kino para no tener que madrugar todos los días y dedicarme a lo que me gusta hacer.

Debe ser rico ganarse el Kino ¿verdad? No trabajar, porque yo no trabajaría lo que se llama es más nunca, chamita; ayudar a los demás; cambiar el apartamento; tener quien cocine, lave, planche, cachifee pues; terminar de educar a los muchachos, por supuesto, yo mala madre jamás; comprar casa en la playa; pasarme tres meses en Madrid. ¿Será que es muy pronto para pensar en cirugías? Eso sí, sólo “refrescamiento facial”, querida. No hay nada peor que una vieja con tetas de Barbie y cuando le ves las manos…patético. Lo más importante es guardar platica para pagar el ancianato más caro del mundo. Comprenderás que sin “hijas hembras” como dicen “argunos” no voy a quedar a merced de cualquier hermanastra de la Cenicienta que le toque a uno de mis hijos por consorte. Noooo mi amor, me voy a un ancianato, con mi maridito, eso sí. A exigir que me bañen y me den mi whisky diario que para eso pago caramba.

Si, ganarse el Kino deber ser riquísimo, ¿cierto?

Aunque…pensándolo bien…cuando uno no trabaja se pone gorda y chancletúa. Es que la casa te acaba, manita. Ayudar a los demás, con la cantidad de desagradecidos que hay, terminan de enemigos tuyos. Si te pones a ver ¿para qué quiero una casa nueva llena de cachifas?…no quiero ni pensar en eso, antes de Carmen, me dejaron sin una prenda de oro, nada amiga, ni un piche zarcillito, ¿tú has visto, chica?, No mija, yo como que me las sigo arreglando con mi Carmen que es más fiel que la capa del Zorro. Ay pero la casa en la playa, yo sueño con eso…Lástima lo de nueva ley esa de la propiedad privada, ¿y si me la expropian, invaden, confiscan, si me la roban pues? Me quedaría el viaje a Madrid pero debo ser loca si creo que 2.500 dólares, si me los dan, me van alcanzar para tres meses en España. Por lo demás le tengo terror a la anestesia y me guindaré de todos los santos, para que me toque por lo menos una buena nuera o Diosito me lleve antes de ponerme a depender de la caridad ajena.

Qué va amiga, demasiados rollos esa plata, debe ser por eso que yo no compro Kino.
Diana Rodríguez

KINO


Caminaba por despejarme; pa’ sentirme relajado,
las deudas me traían loco, me tenían atormentao:
el rancho, que si el pasaje, la escuela de mi muchacho;
obligaciones y gastos
gritaban por todos lados:
la luz, el celularcito, el gas y el mismo mercado.

Viendo sin mirar mucho, justo en el kiosco de al lado,

un Kino como quien dice, me tenía el diente pelao:
la edad que tiene Carlitos, la edad que tiene Julián,
el día de mi cumpleaños, el cumple de mi mamá,
el día en que nos casamos, el día que me sentí mal,
la casa que queda al lado, los perros de mi papá,
los pasos de desde mi casa, las hijas de Don Hernán;
el número de la cuadra, los postes de aquí hasta allá;
las viejas que están al frente, los recibos por pagar,
los cauchos que tiene un carro…
- ¿Por qué no lo vo´a comprar?

Y así le aposté mi plata a la tabla de salvación;
este Kino si no pierde, este Kino es ganador…
y empecé a echarle cabeza a qué haría con mi montón:
- Con este bojote e'plata me compro otro pantalón;
le compro una casa a Juana y un bonito camisón;
meto un pocote al banco pa'que Carlos sea doctor;
también me compraré un carro,
no, mejor compro un camión;
lo pongo a cargar arena y le doy trabajo a León.

Y en ese sueña que sueña, vino un maldito ladrón,
me quitó unos cuatro fuertes, mi sombrero y un reloj
y aunque quise taponearlo; hasta el Kino me quitó,
se llevó mi pantalón nuevo, de Juana su camisón,
la casa que yo quería, y dejó desempleado a León…

Menos mal que el condenao Kino ni de vaina se acercó,
de eso hacen dieciocho años, y vengo a recordarlo hoy;
hoy que ando apuraíto; con un nuevo pantalón;
Juana carga vestido nuevo; vamos pa’la graduación,
porque el Kino no hizo falta; porque le echamos pichón;
vamos corriendo a la Magna,
hoy mi Carlos es doctor.

Adriana Medina

sábado, 23 de mayo de 2009

RESULTADOS


Encontré la solución.

Escondido, empecé a trabajar empaquetando la comida. Muchas veces, imaginaba que era yo el que entraba al supermercado y seleccionaba los productos: chucherías, harina, margarina, arroz, espagueti, salsa, ¿ya dije chuchería?, lechuga, tomate, zanahoria, cebolla, pimentón, y todas esas cosas fastidiosas que constantemente quiere comprar mamá. Iría hasta la caja, me daban la factura, pagaba y le agradecía al niño que me entregaba las bolsas, con una muy buena propina. Sería sencillo.

Todos los días, llegaba a casa en la noche, un poco antes que mamá. Me bañaba, preparaba la comida y ordenaba mis cuadernos para las clases del día siguiente. Ella llegaba lanzando su cartera al mueble, soltaba una frase en forma de saludo e iba a su cuarto. Yo esperaba a que saliera para mostrarle la comida, abrazarla y escuchar las maldades que su jefe le hacía, no entendía por qué no estaba preso, si era tan fastidioso. Luego, me iba a su cama con un cuento, le pedía que me lo leyera, ella decía que tenía que trabajar, entonces yo se lo leía mientras la observaba dormirse, profundo. Le daba un besito y me iba a mi cuarto. Al día siguiente, lo mismo.

Un día, al salir del colegio, corrí hacia el kiosco de la esquina y, finalmente, lo compré. Toda la semana estuve esperando los resultados, estaba seguro que ganaría, no sé porqué. Por fin llegó el día; una bolita, otra, cinco números, diez, doce, catorce, no aguantaba la alegría, un número, tan sólo un número y mamá sería feliz, ¡ lo logré!. Empecé a saltar, a gritar, mamá me regañaba mientras yo le explicaba, examinó el papel, corroboró los números y empezó a besarme, a cargarme, nombraba a su jefe una y otra vez, gritaba, no paraba de reír. Esa noche me leyó tres cuentos, dormimos abrazados, como nunca, como siempre lo soñé.

Ahora, tan sólo la recuerdo. La recuerdo entre los cuentos que me lee mi abuela. También la imagino bella, radiante, regalando sonrisas europeas.

El kiosco de la esquina, años transcurridos, y yo con otro papel de lotería en mis manos, esperando, algún día, encontrar los resultados.

Beira Díaz