viernes, 22 de agosto de 2008

LA ÚLTIMA PESADILLA


Una mañana desperté sobresaltado. El ambiente enrarecido me arropó con la duda de sentir la ausencia de “algo”, sin saber qué. No quise abandonar la cama hasta descubrirlo. Cavilé repasando desde lo más estúpido hasta lo más etéreo, y fue sólo al borde del fracaso cuando comprendí que, en la noche, no había soñado. Me costó creerlo, porque para mí, dormir sin pesadillas era como jugar con un gato verde que ladra mientras vuela en una pecera. Luego me levanté, en una especie de arrebato creativo de dudosa estofa, con la intención de escribir un cuento diferente: quizás de un abogado simpático con mala suerte o de un policía enamorado de su vecina portuguesa; pero ante la pantalla en blanco, y con mis manos dispuestas a arremeter contra el teclado, me interrumpió su voz insidiosa. Con su hablar pausado me pidió que escribiera de ella, que detallara sus labios con frases cortas, que la despojara de su ropaje sofocante y acariciara su cuerpo con palabras lascivas. Quería de vuelta el protagonismo que siempre había tenido en mis relatos y que por primera vez le negaba. El silencio delató mi desconcierto, y fue entonces cuando confesó que se sentía culpable, porque la noche anterior, sentada ante la pantalla en blanco de su ordenador, escuchó mi voz implorándole que escribiera de mí, que me ataviara con un traje azul y narrara mi angustia con frases largas y elaboradas, que me golpeara con su prosa estéril y me regalara, en definitiva, el protagonismo en alguna historia. Pero ella, eterna y fútil, no aceptó. No me dio explicaciones. En su lugar, se comprometió a compensarme, asegurando que lo ocurrido no volvería a repetirse. De mí sólo obtuvo un nuevo silencio, interrumpido a ratos por el sonar de las teclas, por las letras y las palabras que daban forma al cuento que terminó cuando el abogado simpático con mala suerte decapitó a la vecina portuguesa delante del policía, que resultó ser un transexual perturbado que se suicidó en un episodio de ira. Ella siguió siendo la protagonista de mis relatos y yo, despierto sobresaltado cada mañana, justo cuando termina la última pesadilla.


Tomás García Calderón

lunes, 18 de agosto de 2008

LO QUE NO PODEMOS CAMBIAR


Tragedia es la imposibilidad de recuperar nuestros besos de quien resultó no merecerlos; es tener que devolver tempranamente a la tierra los hijos que ésta nos dio; es el amigo íntimo de otro tiempo que ahora nos aborrece, como a una resaca de media mañana. Tragedia es el jarrón azul que se vuelve añicos, la palabra solemne que se escurre por el desagüe y el juramento hecho sobre una Biblia falsa. Tragedia es la calvicie y el desamor; la vejez y los impuestos. Tragedia son las vacaciones que se cancelan, y también las que se toman, para luego desear haberlas cancelado. Y la mayor de todas las tragedias es, acaso, no saber aceptarlas; es la incapacidad de incorporarlas a la vida con la gracia y la naturalidad con la que actúan a menudo los niños, los locos y otros iluminados.


Gioconda

sábado, 9 de agosto de 2008

PARA VARIAR






Profesor Gómez,

Me dirijo a Usted una vez mas para informarle que, como ya se ha hecho costumbre, no hice la tarea.

Respetuosamente,

Gustavo

LLUVIA EN DOS TIEMPOS


Cuando era niño me encantaba la lluvia. El mágico sonido del agua sobre el techo de zinc de la casa resultaba ser tan maravilloso como las incontables figuras que mi mente construía con las nubes, una tarde cualquiera de mis solitarios juegos provincianos.
El golpeteo de la lluvia me recordaba el lánguido sonido de la temblorosa voz de Giacco Monti cantando desde la vieja rokola del bar Arvelo, que por cosas de nuestras barriadas compartía una de sus paredes con mi cuarto.
Desde mi perspectiva de niño la lluvia resultaba ser el elemento que potenciaba mi mundo de fantasías, la posibilidad de imitar a Serrat navegando con mis "Barquitos de Papel" en los ríos que se formaban en la calle y la materialización de Cabral, porque "Si llueve y me mojo, no me enojo porque no encojo".
Años después aquí en la capital, la llegada de la lluvia perdió su encanto infantil. Ahora pienso en las enormes trancas que congestionan las vías y doblegan mi espíritu; la certeza de haber perdido mi invulnerabilidad ante ella y ahora si llueve y me mojo no encojo pero me constipo. Pero por sobre todo me recuerda el rostro agrio de los millones de miserables que viven hacinados en las faldas del Ávila, para las cuales la lluvia resulta un elemento aterrador, que destruye sus vidas, o por lo menos colma de angustias sus corazones.

José Felipe

PALO DE AGUA


La lluvia cae sobre Caracas con gotas tan pesadas como las noticias. ¿Será que hay demasiada luz solar y es menester opacar la ciudad un poco? La lluvia arrecia mientras las personas, en sus trabajos, distraen su atención sobre como llegar a casa. Los venezolanos tenemos dos trabajos: el trabajo de llegar al trabajo y “el trabajo”, valgan todas las redundancias. Pero no importa, la lluvia trae un sentimiento liberador. No hay nada más sabroso que hundir los pies en el agua sucia, colocarse una edición de El Mundo sobre la cabeza como paraguas y cruzar las calles sin que te atropellen por las trancas. Y a los que ven las cosas desde adentro, desde el carro, no pierdan la oportunidad, esta es la ocasión para abandonar esa vaina de metal y cuatro llantas, dejarla tirada en medio de la calle, quitarse los zapatos y salir a caminar, tranquilo sobre el asfalto mientras las gotas masajean el cuerpo. O hacer como un amigo, que lo llamaban “palo de agua” porque le caía a todas las chicas que veía. La actitud hace la diferencia.

Pedro

LA LLUVIA DE ROBERT


Caen robustas, furiosas y agresivas, se estrellan contra todo lo que a su paso encuentran, semejan agujas que punzantes se clavan en el mundo para hacerlo sangrar. Rabiosamente emprenden su caída desde las alturas menos azules y más grises de aquellas que repletas y ansiosas se desprenden de su carga, queriendo vaciarse, relajarse descontroladas, chocando unas con otras hasta formar chispazos que alumbran intensos los cielos cundidos de lágrimas aladas que esperan temerosas el consiguiente bramido. Y silba incesante su aliado el aireado brindándole al todo un toque que anida extraños compases de armoniosas notas, conjunto de fríos cantando incesantes, músicos aguados que rinden tributo al cielo infinito que abarca mí hogar.

Ana Lourdes

GOTAS DE LLUVIA SOBRE ASFALTO CALIENTE


Hace rato, mientras veía llover ferozmente desde la ventana de mi oficina, pensé en tí. Apenas un par de horas antes nos habíamos cruzamos en la calle, como frecuentemente nos ocurre ahora. Te ví con suficiente anticipación como para maniobrar un cambio de acera y no toparnos de frente. Odio verte y temblar. Entonces, mirando por la ventana, sentí un vergonzoso deseo de que esa lluvia que azotaba el asfalto te hubiese caido entera a tí, que te hubiese empapado la ropa y la memoria de recuerdos y besos profundos, y que en su furia te ahogara. Más probable es que te olvide, supongo.

Gioconda

INUNDACION


Y yo, inundada en informes; embarrada de correos con incidentes y problemas; hastiada de estos muros de trajes, tacones y corbatas; y entumecida en este clima confuso, que huele a perfumes, a hipocresía y a miedo; no me había percatado que fuera, estaba lloviendo, y que muchas personas vivían esas gotas en sus cuerpos o las veían correr en los parabrisas de sus autos. No; mientras algunos se refugiaban de la lluvia; lidiaban con el tráfico o peleaban por llegar a sus casas; yo seguía atrapada en un clima mucho más gris y más helado que el experimentado esta tarde en Caracas.

Adriana

SOLES EN TIEMPO DE LLUVIA


Tantos soles que se puso el Generalísimo Comandante en Jefe - Omnipresente Señor del Ejército Bolivariano mismo - y ninguno sirve para iluminar un poco esta anárquica y hostil ciudad.
Esta ciudad se volvió puro nubarrón, pura lluvia, puro barro, pura queja.

La ciudad del “mientras tanto y por si acaso” como la llamó Cabrujas. El “país de tanta luz y tanto absurdo” como lo definió Pérez Bonalde.

Robert quería una historia, pero es que la historia ya no existe. Apenas quedan rastros, como rayones de tiza en el piso: todo el que camina por encima de ellos, los borra. Yo quería escribir algo chistoso, pero estoy lúgubre. Debe ser la lluvia. Igual los extraño.

Diana

NO ESTOY PARA CONCURSOS


A instancia una buena amiga me aventuré a participar en un concurso literario cuya temática era “Un paisaje andaluz”. Como pude describí las colinas, los valles, la gente, las ropas, pues de mas está decir que nunca había pisado esas tierras. A los días recibí la siguiente carta:
“Estimado Sr. Gómez: Los integrantes del jurado del Concurso Anual de Cuentos de la ciudad de Andalucía, quisiéramos nos respondiera dónde exactamente podríamos dirigirnos para encontrar el paisaje descrito por usted. Hemos “peinado la zona” como se dice por otros lares, pero no hemos encontrado hombres sumergidos en los bustos inmensos de las también inmensas morenas; hasta ahora lo único parecido, son dos africanas ilegales pero que están en el hueso; desde Huelva a , no hemos logramos divisar pancarta alguna que anunciara a “Jefferson el verdadero doble de Juan Grabiel cantando “Tu me acostumbrastes”, “Por que te fuistes” y “Volvistes” en su segunda semana de éxitos”. Por otro lado; ¿Quién es Marylin? ¿De dónde salió sin camisa? ¿Quien se la quitó? ¿Por qué volvió? ¿De que región especifica es “La Sagrada Familia”? ¿Por qué se refiere a nuestro gentilicio como gallegos? ¿Cómo es esa variedad del flamenco, donde las caderas femeninas se funden con las masculinas al ritmo de los tambores? Por aquí le damos es a la pandereta y le aseguramos, con eso no se logra mucho. Estas interrogantes sírvase contestar a la brevedad posible, y enviar a vuelta de correo las señas exactas del sitio. Todavía está tiempo de alzarse con el premio.”
Dejé la carta sobre el mostrador, tomé el sobre que amablemente enviaran junto con la misiva en cuestión con el porte de correo prepagado y anoté con pulcra letra: Avenida Francisco Solano, Restauran El Mesón Andaluz, Sabana Grande, Caracas. Mi carrera como escritor había comenzado.

Patricia