martes, 17 de febrero de 2009

El cadaver


Después de tres años, con varias separaciones inefectivas a cuestas e incontables conatos de ruptura, mi vida se redujo a una perenne coartada, a un cúmulo de estrategias y excusas para no estar con ella. Era el fin, el definitivo. Lo sabíamos ambos, pero ella no decía nada y yo no quería lastimarla manejando la situación con torpeza, así que comencé a buscar una buena razón para guillotinarla; para responsabilizarla, diplomáticamente, de haber jodido todo y así escurrirme una culpa que en parte era mía, pero no quería aceptar. El problema fue que no encontré nada, ni siquiera un indicio decente de infidelidad (de ella, obviamente) que me permitiera culparla de aquel desastre en que se había convertido lo nuestro. La dificultad radicaba en que, durante esos tres interminables años, ella se las había arreglado para darme los créditos de todas las cosas buenas que habíamos vivido, por insignificantes que fueran, y de achacarse, la mayoría de las veces con exageración, todo lo desafortunado. Por eso se había creado una especie de ficción de desequilibrio según la cual yo representaba al brioso conductor de la relación y ella, la minusválida pasajera. Ese era el obstáculo. Por eso no encontraba nada para señalarla y hacerla cargar con el cadáver de nuestro noviazgo.


Extracto de "La minusvalida pasajera"


Tomás García Calderón