miércoles, 27 de mayo de 2009

PENSÁNDOLO BIEN

Hola amiga, ¿cómo andas? Disculpa el abandono, pero ya sabes como ando siempre entre el trabajo y la casa. Ya no tengo tiempo ni de leer, así que imagínate. Chica, lo que necesito es ganarme el Kino para no tener que madrugar todos los días y dedicarme a lo que me gusta hacer.

Debe ser rico ganarse el Kino ¿verdad? No trabajar, porque yo no trabajaría lo que se llama es más nunca, chamita; ayudar a los demás; cambiar el apartamento; tener quien cocine, lave, planche, cachifee pues; terminar de educar a los muchachos, por supuesto, yo mala madre jamás; comprar casa en la playa; pasarme tres meses en Madrid. ¿Será que es muy pronto para pensar en cirugías? Eso sí, sólo “refrescamiento facial”, querida. No hay nada peor que una vieja con tetas de Barbie y cuando le ves las manos…patético. Lo más importante es guardar platica para pagar el ancianato más caro del mundo. Comprenderás que sin “hijas hembras” como dicen “argunos” no voy a quedar a merced de cualquier hermanastra de la Cenicienta que le toque a uno de mis hijos por consorte. Noooo mi amor, me voy a un ancianato, con mi maridito, eso sí. A exigir que me bañen y me den mi whisky diario que para eso pago caramba.

Si, ganarse el Kino deber ser riquísimo, ¿cierto?

Aunque…pensándolo bien…cuando uno no trabaja se pone gorda y chancletúa. Es que la casa te acaba, manita. Ayudar a los demás, con la cantidad de desagradecidos que hay, terminan de enemigos tuyos. Si te pones a ver ¿para qué quiero una casa nueva llena de cachifas?…no quiero ni pensar en eso, antes de Carmen, me dejaron sin una prenda de oro, nada amiga, ni un piche zarcillito, ¿tú has visto, chica?, No mija, yo como que me las sigo arreglando con mi Carmen que es más fiel que la capa del Zorro. Ay pero la casa en la playa, yo sueño con eso…Lástima lo de nueva ley esa de la propiedad privada, ¿y si me la expropian, invaden, confiscan, si me la roban pues? Me quedaría el viaje a Madrid pero debo ser loca si creo que 2.500 dólares, si me los dan, me van alcanzar para tres meses en España. Por lo demás le tengo terror a la anestesia y me guindaré de todos los santos, para que me toque por lo menos una buena nuera o Diosito me lleve antes de ponerme a depender de la caridad ajena.

Qué va amiga, demasiados rollos esa plata, debe ser por eso que yo no compro Kino.
Diana Rodríguez

KINO


Caminaba por despejarme; pa’ sentirme relajado,
las deudas me traían loco, me tenían atormentao:
el rancho, que si el pasaje, la escuela de mi muchacho;
obligaciones y gastos
gritaban por todos lados:
la luz, el celularcito, el gas y el mismo mercado.

Viendo sin mirar mucho, justo en el kiosco de al lado,

un Kino como quien dice, me tenía el diente pelao:
la edad que tiene Carlitos, la edad que tiene Julián,
el día de mi cumpleaños, el cumple de mi mamá,
el día en que nos casamos, el día que me sentí mal,
la casa que queda al lado, los perros de mi papá,
los pasos de desde mi casa, las hijas de Don Hernán;
el número de la cuadra, los postes de aquí hasta allá;
las viejas que están al frente, los recibos por pagar,
los cauchos que tiene un carro…
- ¿Por qué no lo vo´a comprar?

Y así le aposté mi plata a la tabla de salvación;
este Kino si no pierde, este Kino es ganador…
y empecé a echarle cabeza a qué haría con mi montón:
- Con este bojote e'plata me compro otro pantalón;
le compro una casa a Juana y un bonito camisón;
meto un pocote al banco pa'que Carlos sea doctor;
también me compraré un carro,
no, mejor compro un camión;
lo pongo a cargar arena y le doy trabajo a León.

Y en ese sueña que sueña, vino un maldito ladrón,
me quitó unos cuatro fuertes, mi sombrero y un reloj
y aunque quise taponearlo; hasta el Kino me quitó,
se llevó mi pantalón nuevo, de Juana su camisón,
la casa que yo quería, y dejó desempleado a León…

Menos mal que el condenao Kino ni de vaina se acercó,
de eso hacen dieciocho años, y vengo a recordarlo hoy;
hoy que ando apuraíto; con un nuevo pantalón;
Juana carga vestido nuevo; vamos pa’la graduación,
porque el Kino no hizo falta; porque le echamos pichón;
vamos corriendo a la Magna,
hoy mi Carlos es doctor.

Adriana Medina

sábado, 23 de mayo de 2009

RESULTADOS


Encontré la solución.

Escondido, empecé a trabajar empaquetando la comida. Muchas veces, imaginaba que era yo el que entraba al supermercado y seleccionaba los productos: chucherías, harina, margarina, arroz, espagueti, salsa, ¿ya dije chuchería?, lechuga, tomate, zanahoria, cebolla, pimentón, y todas esas cosas fastidiosas que constantemente quiere comprar mamá. Iría hasta la caja, me daban la factura, pagaba y le agradecía al niño que me entregaba las bolsas, con una muy buena propina. Sería sencillo.

Todos los días, llegaba a casa en la noche, un poco antes que mamá. Me bañaba, preparaba la comida y ordenaba mis cuadernos para las clases del día siguiente. Ella llegaba lanzando su cartera al mueble, soltaba una frase en forma de saludo e iba a su cuarto. Yo esperaba a que saliera para mostrarle la comida, abrazarla y escuchar las maldades que su jefe le hacía, no entendía por qué no estaba preso, si era tan fastidioso. Luego, me iba a su cama con un cuento, le pedía que me lo leyera, ella decía que tenía que trabajar, entonces yo se lo leía mientras la observaba dormirse, profundo. Le daba un besito y me iba a mi cuarto. Al día siguiente, lo mismo.

Un día, al salir del colegio, corrí hacia el kiosco de la esquina y, finalmente, lo compré. Toda la semana estuve esperando los resultados, estaba seguro que ganaría, no sé porqué. Por fin llegó el día; una bolita, otra, cinco números, diez, doce, catorce, no aguantaba la alegría, un número, tan sólo un número y mamá sería feliz, ¡ lo logré!. Empecé a saltar, a gritar, mamá me regañaba mientras yo le explicaba, examinó el papel, corroboró los números y empezó a besarme, a cargarme, nombraba a su jefe una y otra vez, gritaba, no paraba de reír. Esa noche me leyó tres cuentos, dormimos abrazados, como nunca, como siempre lo soñé.

Ahora, tan sólo la recuerdo. La recuerdo entre los cuentos que me lee mi abuela. También la imagino bella, radiante, regalando sonrisas europeas.

El kiosco de la esquina, años transcurridos, y yo con otro papel de lotería en mis manos, esperando, algún día, encontrar los resultados.

Beira Díaz