jueves, 19 de marzo de 2009

YA YO FUI COMO ERES TÚ Y RESULTÓ QUE NO ERA YO SINO OTRO QUE NUNCA ME GUSTÓ


Los mensajes no dejan de llegar por más que los ignoro. Se acumulan mientras me esfuerzo en escucharte, en llevarte el ritmo, y en un momento me doy cuenta que no te escucho, que estoy midiendo el tiempo a través de mi cigarro como si fuera un reloj de arena. Luego dices algo, una palabra que me trae de vuelta y nuevamente te capto: sigues hablando de tu perro y tus vecinas, del mercado y el maldito sofá cama azul, y yo me diluyo entre tantas pendejadas, y no sé por qué pero comienzo a pensar que mientras conversamos, me mientes. Te otorgo el beneficio de la duda y luego te lo quito, como si fuera una deidad pagana. Lo acepto, me mientes y, aunque debería molestarme, me resbala. Sigo perdido y sin buscarme en tu provincia, en tu siglo XIX, en el absurdo de esta conversación de la que ya fue suficiente. Te miento, te adulo y te digo que tengo sueño. Entonces el silencio se hace: breve, suficiente, y en él evitamos el hecho de que cada quien ha fracasado a su manera, con su estilo, que somos dos perdedores que se niegan a renunciar a sus refinados métodos de crónica derrota. Yo sonrío y, de alguna forma que no entiendo, me consuela saber que ya yo fui como eres tú y resultó que no era yo sino otro que nunca me gustó. Y quizás esa es la verdadera razón por la que no renuncio, o quizás la verdad es que tengo miedo de aceptar que aquél otro yo sí me gustaba. Se me espanta el sueño que no tengo. Te llamo y te remato: te digo que ya sé adonde lleva tu camino, que ya estuve allí y no regreso. Tú callas y yo sigo, te hostigo y me aseguro de que termines de creer que no te quiero.


Tomás García Calderón