viernes, 2 de octubre de 2009

I Cadáver Exquisito


No entendí lo que dijo Adalberto antes de salir (en realidad no le estaba prestando atención). Sólo sé que dejó su sabor amargo en mí y ese olor a perfume barato y sudor en toda la habitación. Sonreí en el espejo, antes de lavarme la cara, y luego cambié las sábanas mientras repasaba lo que ocurriría cuando llegara Román. No tenía sentido hacerlo: Román era tan impredecible como un adolescente. Decidí olvidarme de él y preparar café.

El aroma y el sabor del café fueron calmando el desagrado y la miseria de culpa que la compañía de Adalberto me había puesto. Calmada, paladeaba el brebaje, disfrutándolo cual si recibiera el beso de amor que toda mujer espera.

Un portazo me sacó del limbo en el que me hallaba. Sin embargo, no me moví. Esperé con los codos sobre la mesa, la taza humeante al borde de los labios, sin tocarla, a que Román apareciera. Asomó la cabeza por la puerta. No parecía sorprendido de verme despierta. Tampoco pronunció palabra. Su mirada de indiferencia me hizo pensar que cualquier explicación era innecesaria. Pero me equivoqué, aunque eso lo sabría demasiado tarde.

Todavía hay cosas que se esperan del otro: una señal, un consuelo, tres excusas balbuceadas con la mirada fija en el linóleo de la cocina, una confesión, que en mi caso siempre anhelo que sea de amor. Fundamentalmente, de amor.

Román pasó de largo, sin decir nada. Como diría mi madre, no importa cuánto anheles, lo más probable es que la realidad te abra los ojos de la manera más cruel de todas. Me sentí como si estuviera parada al borde del abismo. Viendo la taza de café, sin probar, entendí. Para él siempre fuí sólo un intenso deseo, sólo eso. Tan efímero como el humo. Tan moribundo. Y no pude ver que con esa pregunta lo estaba arriesgando todo. ¿Qué me pasó, por qué lo hice? Si para mí la pasión tampoco necesita trascendencia, sino champán y sábanas de seda.

De pronto, me vi rodeada por los brazos de Román. Su lengua se incrustaba en mis oídos, mientras me pedía volver a cambiar las sábanas. Intenté hablarle; su fuerza impuso mi silencio.

Sólo quedó el sudor, el café, el olor enajenado.

No entendí las palabras de Román antes de irse. No tenía sentido hacerlo: era tan impredecible como un adolescente.

Septiembre, 2009

Participantes (por orden de aparición):

Tomás García, Diana Rodríguez, Adriana Medina, Patricia Carvallo, Gioconda Escobar, Lupe Núñez, Marisabel González, Beira Díaz.





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