jueves, 20 de noviembre de 2008

Cristina pide un cupo



Estimados todos:

Ante todo, espero que se encuentren muy bien. Disculpen la libertad que me he tomado al escribir esta nota, pero creo que está justificada. Necesito el consejo de ustedes´: si consideran conveniente elevar este asunto ante Zulay. En el día de hoy recibí un extraño correo eletrónico solicitando un cupo en el Diplomado para Cristina Kirchner. Sorprendido por la naturaleza de la requisición, además de que estuviera dirigida a mí, hice algunas averiguaciones. Resulta ser que Obama conversó ayer con Cristina, por teléfono, y le mencionó que en su época universitaria había leído a Borges y a Cortázar. Según fuentes confiables, Cristina se puso muy nerviosa ante un posible encuentro con Obama, puesto que el tema literario sería probable que surgiera; y ella no podría admitir que nunca había leído a estos autores, o mejor dicho: que no los entendía ¡ Que rayuela con Obama! ¿Se podrán imaginar a Cristina hablando en inglés sobre La Muerte y la Brújula? A efectos de que se evalúe tal posibilidad (de admitir a Cristina en el Diplomado-primera parte- no en la segunda, please), les anexo el contenido del correo:



Estimado Señor Plaza:

Me es grato dirgirme a usted en la oportunidad de reiterarle nuestro sentimiento de estima.
En nombre de la excelentísima Sra. Cristina Kirchner, me ha sido encomendada la misión de solicitar sus buenos oficios a fin de conseguir un cupo en el Diplomado de Escritura de la Universidad Metropolitana de la República Bolivariana deVenezuela, con especial interés en la comprensión de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Usted se preguntará los motivos de haber selecionado a Venezuela,siendo Argentina cuna de la civilización occidental, y, claro está, de estos argentinos ilustres.
El motivo es la discrecion: sería un escándalo de opinión pública si se descubriera este delicado asunto, sobre el cual le pido la mayor reserva. Así, es perentorio que los alumnos no se percaten de quién sería realmente uno de sus compañeros, por lo que estamos trabajando en el camuflaje con la asesoría de Jennifer López

Quedo a la espera de su muy atenta y positiva respuesta, reiterándole las seguridades de nuestra mayor consideración y estima.

Gaudio Antonio Williams
Ministro para las Calamidades Públicas
gaw@casarosada.com

Pedro Plaza

miércoles, 15 de octubre de 2008

EXILIO


En el instante que precedió al disparo, ella dudó. Lo noté en sus ojos marrones que, acompasados, enfilaron hacia la izquierda, hacia un vacío capaz de alojar a un gigante taciturno, tan vasto como el miedo que consumía mi carne trémula. Yo sólo alcancé a contener la respiración, y en el eterno transcurrir de ese momento, me cobijé en el deseo de fundirme con el silencio que lo abrasaba todo. Quería escapar impune, como un halo fugaz en la oscuridad; pero no llegó a extinguirse un nuevo segundo antes que su mirada encontrara la mía y sus palabras inmolaran los colores de mi bandera, mi propuesta, mi penúltima deuda y, de alguna forma, los primeros veinte años de mi vida.
Sólo me quedó marcharme bajo el techo de un amanecer sin estrellas, aferrado a su silueta aprisionada en el retrovisor: ella caminaba alegre, como quien se regodea en la convicción de hacer lo correcto, de asirse a un paradigma y convertirlo en vida.
La recuerdo con la exactitud que le robé al decenio que nos separaba, y que, sin quererlo, también nos unía, como en las mañanas en que despertaba rodeado de las sonrisas azules que escapaban de mis sueños recurrentes, o cuando la oscuridad de una noche sin luna me permitía besar las bocas que mi mente recreaba idénticas a su boca: calida y sutil, como un beso prescrito en el tiempo de dos almas cercanas pero ausentes.
Ahora, cuando termino de aceptarme como un habitante anónimo de la isla en que convertí mi vida, me ha dado por preguntarme ¿Por qué recuerdo su nombre y no el mío? ¿Qué sentido tiene un exilio si aún en el fin del mundo la encuentro en el verde y en el azul, en el cielo rojizo de la tarde, en el olor a hierba mojada que trae la lluvia y hasta en los pasillos del supermercado? Quizás era temprano cuando decidió quedarse. Quizás en realidad yo había llegado tarde.


Tomás García Calderón

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El Tigre

Ningún miedo conocido
podía representar
lo que me poseía en aquel momento
y sin embargo, me acerqué al tigre
como el que se acerca a la puerta de un templo


En una noche de insomnio y lluvia maté al tigre.
Tenía derecho. Yo lo creé.

Lo hice de costumbres, temores, precauciones
y lo puse a la puerta de mi templo
para que nadie la traspasara.

Se paseaba de un lado a otro,
cabal en su papel de guardián.
Al final, ni siquiera yo
podía acercarme a la puerta.

Esa noche insomne veía las pupilas del tigre
brillar en la oscuridad.
Algo presentía el tigre, se revolvía inquieto,
invocaba extraños conjuros de tiempos pasados.

Tomé la hoja en blanco
la llené de
dolores, soledades,
desamores, inseguridades,
lágrimas.
Y la expuse al viento, a la luna, a la lluvia.

Cada palabra fue destripando al tigre.
Sus vísceras humeantes
fueron incienso
en el altar de mi liberación.
Con su sangre me bañé
hasta quedar desnuda de culpas.
Pasé por encima de su cadáver,
atravesé la puerta prohibida
para los demás
para mí
Y dormí,
con el sueño sereno
de los que ya nada temen.

Diana

lunes, 1 de septiembre de 2008

DOS TIPOS DE PALABRAS


Anoche caminé, por momentos, en la oscuridad. Como es normal hablé poco; tan poco que el primer rayo de sol me sorprendió en silencio, calculando el espacio que nos separaba, convencido de que no había muchas cosas, tan sutiles y majestuosas, como un amanecer compartido en la distancia de dos cuerpos que, a pesar de estar próximos, se mantenían fieles a su soledad. Mi presencia se fue convirtiendo, de a poco, en una elipsis, e incapaz de abandonar mis pensamientos, comencé a soñar con la llegada de alguien capaz de sacudirme y conectarme, nuevamente, con las palabras que callo, con mis miedos, con las cosas que niego rotundamente; conmigo mismo y con la posibilidad de que todo un mundo racional pueda derrumbarse ante la sencillez de una mirada.
Con la llegada del alba, sucumbió el último intento de lidiar con un silencio negado a claudicar. Me despedí delatado por mis gestos. Descubierto por sus ojos que sabían que yo sólo tengo dos tipos de palabras: las que me abandonan y las que callo ante la inminencia del final.

Tomás García Calderón

LA ESPERANZA DEL MANCEBO



El día que decidí escapar, del lugar donde todo comenzó, visité la casa de los corredores. Pueril e infame, necesitaba dar y recibir mentiras; falacias como las que decoraban todo. Saciarme, por última vez, de las superficialidades ajenas, de las soledades y los gritos reprimidos con garrote y soberbia. Con normalidad tomé agua, y por cortesía conversé con quien no me provocaba, porque convocados también estaban: la traición y la amistad. Uno a uno se consumieron los minutos que tardó la niña de la casa en terminar su tarea. No pudimos evitar mofarnos. No quisimos. Con gracia nos diluimos entre la incomoda diplomacia y espetamos cada una de sus carencias. Su destino miserable estaba claro. Fue entonces cuando destelló el sonido que aniquiló la noche y la niña, que nunca lloraba, nos envolvió en su historia, en la aridez de sus pupilas grises, en su futuro truncado. Los demás corrieron con suerte. Los he visto en los últimos diez noviembres, cada vez que camino de regreso a esa casa, esperando, cual mancebo, que la niña ya sea grande y me pida, con un gesto, que me quede.

Tomás García Calderón

viernes, 22 de agosto de 2008

LA ÚLTIMA PESADILLA


Una mañana desperté sobresaltado. El ambiente enrarecido me arropó con la duda de sentir la ausencia de “algo”, sin saber qué. No quise abandonar la cama hasta descubrirlo. Cavilé repasando desde lo más estúpido hasta lo más etéreo, y fue sólo al borde del fracaso cuando comprendí que, en la noche, no había soñado. Me costó creerlo, porque para mí, dormir sin pesadillas era como jugar con un gato verde que ladra mientras vuela en una pecera. Luego me levanté, en una especie de arrebato creativo de dudosa estofa, con la intención de escribir un cuento diferente: quizás de un abogado simpático con mala suerte o de un policía enamorado de su vecina portuguesa; pero ante la pantalla en blanco, y con mis manos dispuestas a arremeter contra el teclado, me interrumpió su voz insidiosa. Con su hablar pausado me pidió que escribiera de ella, que detallara sus labios con frases cortas, que la despojara de su ropaje sofocante y acariciara su cuerpo con palabras lascivas. Quería de vuelta el protagonismo que siempre había tenido en mis relatos y que por primera vez le negaba. El silencio delató mi desconcierto, y fue entonces cuando confesó que se sentía culpable, porque la noche anterior, sentada ante la pantalla en blanco de su ordenador, escuchó mi voz implorándole que escribiera de mí, que me ataviara con un traje azul y narrara mi angustia con frases largas y elaboradas, que me golpeara con su prosa estéril y me regalara, en definitiva, el protagonismo en alguna historia. Pero ella, eterna y fútil, no aceptó. No me dio explicaciones. En su lugar, se comprometió a compensarme, asegurando que lo ocurrido no volvería a repetirse. De mí sólo obtuvo un nuevo silencio, interrumpido a ratos por el sonar de las teclas, por las letras y las palabras que daban forma al cuento que terminó cuando el abogado simpático con mala suerte decapitó a la vecina portuguesa delante del policía, que resultó ser un transexual perturbado que se suicidó en un episodio de ira. Ella siguió siendo la protagonista de mis relatos y yo, despierto sobresaltado cada mañana, justo cuando termina la última pesadilla.


Tomás García Calderón

lunes, 18 de agosto de 2008

LO QUE NO PODEMOS CAMBIAR


Tragedia es la imposibilidad de recuperar nuestros besos de quien resultó no merecerlos; es tener que devolver tempranamente a la tierra los hijos que ésta nos dio; es el amigo íntimo de otro tiempo que ahora nos aborrece, como a una resaca de media mañana. Tragedia es el jarrón azul que se vuelve añicos, la palabra solemne que se escurre por el desagüe y el juramento hecho sobre una Biblia falsa. Tragedia es la calvicie y el desamor; la vejez y los impuestos. Tragedia son las vacaciones que se cancelan, y también las que se toman, para luego desear haberlas cancelado. Y la mayor de todas las tragedias es, acaso, no saber aceptarlas; es la incapacidad de incorporarlas a la vida con la gracia y la naturalidad con la que actúan a menudo los niños, los locos y otros iluminados.


Gioconda

sábado, 9 de agosto de 2008

PARA VARIAR






Profesor Gómez,

Me dirijo a Usted una vez mas para informarle que, como ya se ha hecho costumbre, no hice la tarea.

Respetuosamente,

Gustavo

LLUVIA EN DOS TIEMPOS


Cuando era niño me encantaba la lluvia. El mágico sonido del agua sobre el techo de zinc de la casa resultaba ser tan maravilloso como las incontables figuras que mi mente construía con las nubes, una tarde cualquiera de mis solitarios juegos provincianos.
El golpeteo de la lluvia me recordaba el lánguido sonido de la temblorosa voz de Giacco Monti cantando desde la vieja rokola del bar Arvelo, que por cosas de nuestras barriadas compartía una de sus paredes con mi cuarto.
Desde mi perspectiva de niño la lluvia resultaba ser el elemento que potenciaba mi mundo de fantasías, la posibilidad de imitar a Serrat navegando con mis "Barquitos de Papel" en los ríos que se formaban en la calle y la materialización de Cabral, porque "Si llueve y me mojo, no me enojo porque no encojo".
Años después aquí en la capital, la llegada de la lluvia perdió su encanto infantil. Ahora pienso en las enormes trancas que congestionan las vías y doblegan mi espíritu; la certeza de haber perdido mi invulnerabilidad ante ella y ahora si llueve y me mojo no encojo pero me constipo. Pero por sobre todo me recuerda el rostro agrio de los millones de miserables que viven hacinados en las faldas del Ávila, para las cuales la lluvia resulta un elemento aterrador, que destruye sus vidas, o por lo menos colma de angustias sus corazones.

José Felipe

PALO DE AGUA


La lluvia cae sobre Caracas con gotas tan pesadas como las noticias. ¿Será que hay demasiada luz solar y es menester opacar la ciudad un poco? La lluvia arrecia mientras las personas, en sus trabajos, distraen su atención sobre como llegar a casa. Los venezolanos tenemos dos trabajos: el trabajo de llegar al trabajo y “el trabajo”, valgan todas las redundancias. Pero no importa, la lluvia trae un sentimiento liberador. No hay nada más sabroso que hundir los pies en el agua sucia, colocarse una edición de El Mundo sobre la cabeza como paraguas y cruzar las calles sin que te atropellen por las trancas. Y a los que ven las cosas desde adentro, desde el carro, no pierdan la oportunidad, esta es la ocasión para abandonar esa vaina de metal y cuatro llantas, dejarla tirada en medio de la calle, quitarse los zapatos y salir a caminar, tranquilo sobre el asfalto mientras las gotas masajean el cuerpo. O hacer como un amigo, que lo llamaban “palo de agua” porque le caía a todas las chicas que veía. La actitud hace la diferencia.

Pedro

LA LLUVIA DE ROBERT


Caen robustas, furiosas y agresivas, se estrellan contra todo lo que a su paso encuentran, semejan agujas que punzantes se clavan en el mundo para hacerlo sangrar. Rabiosamente emprenden su caída desde las alturas menos azules y más grises de aquellas que repletas y ansiosas se desprenden de su carga, queriendo vaciarse, relajarse descontroladas, chocando unas con otras hasta formar chispazos que alumbran intensos los cielos cundidos de lágrimas aladas que esperan temerosas el consiguiente bramido. Y silba incesante su aliado el aireado brindándole al todo un toque que anida extraños compases de armoniosas notas, conjunto de fríos cantando incesantes, músicos aguados que rinden tributo al cielo infinito que abarca mí hogar.

Ana Lourdes

GOTAS DE LLUVIA SOBRE ASFALTO CALIENTE


Hace rato, mientras veía llover ferozmente desde la ventana de mi oficina, pensé en tí. Apenas un par de horas antes nos habíamos cruzamos en la calle, como frecuentemente nos ocurre ahora. Te ví con suficiente anticipación como para maniobrar un cambio de acera y no toparnos de frente. Odio verte y temblar. Entonces, mirando por la ventana, sentí un vergonzoso deseo de que esa lluvia que azotaba el asfalto te hubiese caido entera a tí, que te hubiese empapado la ropa y la memoria de recuerdos y besos profundos, y que en su furia te ahogara. Más probable es que te olvide, supongo.

Gioconda

INUNDACION


Y yo, inundada en informes; embarrada de correos con incidentes y problemas; hastiada de estos muros de trajes, tacones y corbatas; y entumecida en este clima confuso, que huele a perfumes, a hipocresía y a miedo; no me había percatado que fuera, estaba lloviendo, y que muchas personas vivían esas gotas en sus cuerpos o las veían correr en los parabrisas de sus autos. No; mientras algunos se refugiaban de la lluvia; lidiaban con el tráfico o peleaban por llegar a sus casas; yo seguía atrapada en un clima mucho más gris y más helado que el experimentado esta tarde en Caracas.

Adriana

SOLES EN TIEMPO DE LLUVIA


Tantos soles que se puso el Generalísimo Comandante en Jefe - Omnipresente Señor del Ejército Bolivariano mismo - y ninguno sirve para iluminar un poco esta anárquica y hostil ciudad.
Esta ciudad se volvió puro nubarrón, pura lluvia, puro barro, pura queja.

La ciudad del “mientras tanto y por si acaso” como la llamó Cabrujas. El “país de tanta luz y tanto absurdo” como lo definió Pérez Bonalde.

Robert quería una historia, pero es que la historia ya no existe. Apenas quedan rastros, como rayones de tiza en el piso: todo el que camina por encima de ellos, los borra. Yo quería escribir algo chistoso, pero estoy lúgubre. Debe ser la lluvia. Igual los extraño.

Diana

NO ESTOY PARA CONCURSOS


A instancia una buena amiga me aventuré a participar en un concurso literario cuya temática era “Un paisaje andaluz”. Como pude describí las colinas, los valles, la gente, las ropas, pues de mas está decir que nunca había pisado esas tierras. A los días recibí la siguiente carta:
“Estimado Sr. Gómez: Los integrantes del jurado del Concurso Anual de Cuentos de la ciudad de Andalucía, quisiéramos nos respondiera dónde exactamente podríamos dirigirnos para encontrar el paisaje descrito por usted. Hemos “peinado la zona” como se dice por otros lares, pero no hemos encontrado hombres sumergidos en los bustos inmensos de las también inmensas morenas; hasta ahora lo único parecido, son dos africanas ilegales pero que están en el hueso; desde Huelva a , no hemos logramos divisar pancarta alguna que anunciara a “Jefferson el verdadero doble de Juan Grabiel cantando “Tu me acostumbrastes”, “Por que te fuistes” y “Volvistes” en su segunda semana de éxitos”. Por otro lado; ¿Quién es Marylin? ¿De dónde salió sin camisa? ¿Quien se la quitó? ¿Por qué volvió? ¿De que región especifica es “La Sagrada Familia”? ¿Por qué se refiere a nuestro gentilicio como gallegos? ¿Cómo es esa variedad del flamenco, donde las caderas femeninas se funden con las masculinas al ritmo de los tambores? Por aquí le damos es a la pandereta y le aseguramos, con eso no se logra mucho. Estas interrogantes sírvase contestar a la brevedad posible, y enviar a vuelta de correo las señas exactas del sitio. Todavía está tiempo de alzarse con el premio.”
Dejé la carta sobre el mostrador, tomé el sobre que amablemente enviaran junto con la misiva en cuestión con el porte de correo prepagado y anoté con pulcra letra: Avenida Francisco Solano, Restauran El Mesón Andaluz, Sabana Grande, Caracas. Mi carrera como escritor había comenzado.

Patricia