sábado, 9 de agosto de 2008

LLUVIA EN DOS TIEMPOS


Cuando era niño me encantaba la lluvia. El mágico sonido del agua sobre el techo de zinc de la casa resultaba ser tan maravilloso como las incontables figuras que mi mente construía con las nubes, una tarde cualquiera de mis solitarios juegos provincianos.
El golpeteo de la lluvia me recordaba el lánguido sonido de la temblorosa voz de Giacco Monti cantando desde la vieja rokola del bar Arvelo, que por cosas de nuestras barriadas compartía una de sus paredes con mi cuarto.
Desde mi perspectiva de niño la lluvia resultaba ser el elemento que potenciaba mi mundo de fantasías, la posibilidad de imitar a Serrat navegando con mis "Barquitos de Papel" en los ríos que se formaban en la calle y la materialización de Cabral, porque "Si llueve y me mojo, no me enojo porque no encojo".
Años después aquí en la capital, la llegada de la lluvia perdió su encanto infantil. Ahora pienso en las enormes trancas que congestionan las vías y doblegan mi espíritu; la certeza de haber perdido mi invulnerabilidad ante ella y ahora si llueve y me mojo no encojo pero me constipo. Pero por sobre todo me recuerda el rostro agrio de los millones de miserables que viven hacinados en las faldas del Ávila, para las cuales la lluvia resulta un elemento aterrador, que destruye sus vidas, o por lo menos colma de angustias sus corazones.

José Felipe

1 comentario:

Patricia Carvallo dijo...

Lo leo y releo y me sigue gustando mas