domingo, 5 de abril de 2009

EL FANTASMA



La oscuridad inundaba el boulevard. Caminé con prisa, rezumante, sin aliento y aferrado a una certeza: no debía estar allí. De vez en cuando, en la calle se colaba alguna luz tenue, asustada, pero suficiente para reflejar la sombra de los otros, los que caminan sin apuro, sin rumbo, a los que no se les debe mirar a los ojos; por nada del mundo se les debe mirar a los ojos. Lo entendí al instante y nunca lo olvidaré: había cometido mi segundo error. El primero había sido, sin duda, estar allí, en Sabana Grande, a las tres de la mañana. En su mirada no había miedo, ni había nada; nada podía perder. Reaccioné disparando el "tranquilo chamo" de siempre, el salvador, pero no resultó. Él también habló, aunque no le entendí, o quizás sí le entendí pero no todo. Entendí reales, Ipod y celular (¿hacía falta más?). Por un momento no estuve de acuerdo, por un momento pequeñito, por un respiro o un parpadeo o quizás menos. Pero eso sí, justo antes de la puñalada, de la sensación de metal caliente entrando en mi cuerpo sin restricciones, como si buscara mi alma perdida entre la oscuridad de mis entrañas. En ese momento desperté de golpe, jadeante, en mi cama y con el miedo adherido al recuerdo de un fantasma de dientes corrompidos, de sonrisa vil y puñales asesinos. Me dolía la cicatriz, me punzaba como reclamando atención. Toqué los surcos de esa piel extraña y me arropé, dentro de poco llovería a cántaros, y a mi sólo me provocaba volver a dormir.


Tomás García Calderón

No hay comentarios: