Allí, en la grama oscura.
Ella encima de él, moviéndose al ritmo de los tambores. Se recoge el cabello y lo mantiene arriba con ambas manos. El sudor cae por su cuerpo.
Abajo él, con piel oscura y manos fuertes. Esta vez, sintiéndose dominado. La toma por las caderas siguiendo el pulso, cada vez más acelerado, de los sonidos. Observa sus mamas blancas, engrandecidas a cada instante, y su mirada embriagada exigiendo polución. Se siente enardecido, como nunca. Piensa, intenta no hacerlo. Se detiene y le pide tiempo.
Ella continua, él la para con fuerza.
- Tú no, otra vez no- dice ella.
Se escucha un grito confundido entre los tambores. La navaja se hace parte de su órgano.
Ahora él disfruta, eternamente, del tiempo.
Beira Díaz
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