viernes, 17 de abril de 2009

REENCUENTROS


La mañana se despide con un vaho de calor y yo todavía me encuentro en el umbral de dos mundos, en el tiempo enrarecido que transcurre entre los sueños que no recuerdo y mi cama transpirada, estéril, solitaria. Sé que es el fin, que me tengo que levantar, pero las primeras fuerzas del día las invierto en no abrir los ojos, en seguir durmiendo aunque no pueda más. En ese breve instante, convertido casi en un ritual, sólo aspiro seguir una pista o hacerme de una imagen que me convenza de que era él quien estaba allí, conmigo, en ese otro mundo que, por más que lo intento, no se vuelve realidad. Nunca ocurre. Nunca lo encuentro y al final la verdad me derrota: sigo sola en la inmensidad de esta habitación que por momentos me parece una cárcel, un calabozo que me hace prisionera del silencio y de estas cuatro paredes que me desean, que me miran mientras me saco de entre las piernas el peluche que me regaló cuando cumplí 17 años, el día que me abrió al mundo de par en par, con dolor, y yo, entre lagrimas y sin saberlo, apagué por primera vez sus fuegos, sus ganas lascivas que hace un año se extinguieron. No quiero pensarlo, lo evito, pero termino aceptando que no puedo. Bajo la mano con lentitud y me toco, primero suave, luego fuerte; mis dedos hacen círculos, hacen líneas, me recorren como pinceles sobre un lienzo y yo siento que mis labios se abren como una boca que espera un beso, así que la evado, la engaño y llevo mis dedos adentro, hasta donde llegan, pero no es lo mismo y me odio por eso. Me levanto y voy al baño, sabiendo que me espera otro enemigo. Miro mí reflejo en el espejo y lo maldigo por sincero, por no mentirme, por decirme que estoy gorda y resaltar su dibujo de colores, su tatuaje en mi cadera. Nunca fue mío: era de su lengua y de su semen, de su morbo y mi obediencia. Me ducho con agua fría, me cubro con jabón y me restriego con fuerza, quiero mudar de piel, borrar los caminos que abrió en mi cuerpo, los olores que sembró y los recuerdos que no se alejan. Luego salgo, voy en su búsqueda como una autómata, como una adicta insaciable, como una idiota que lo encuentra a cada rato, en el rayón de la puerta de mi carro, en el aromatizador, en las canciones de Spinetta, en el kiosco del periódico, en la calle, en la entrada del cementerio, en la grama y en la oscuridad del epitafio que escribí hace un año.


Tomás García Calderón

1 comentario:

Beira Lisboa dijo...

Tomasito, me encanta tu comprensión por el Yin...que bien!